Zaragoza escondida. Sinhaya
Serían más o menos las 4 de la tarde, me había dejado el reloj en casa, hacía mucho calor y me molestaba en la muñeca. Bajé del tranvía en Plaza España y me puse a la sombra de los tilos, mientras sacaba el móvil del bolso para ver la hora y encenderme un pitillo. Aún faltaban 30 minutos para que el grupito llegara. Me había pasado de madrugadora y el trayecto en tranvía había sido más rápido de lo normal al haber menos usuarios, en esta ciudad y a estas alturas…piscina, pueblo o Salou. Y pensé, ¿A quién se le ocurre una visita a Zaragoza hoy y ahora?
Estaba absorta en mis pensamientos, cuando una pequeña volada de aire me trajo el aroma de los tilos, dejándome llevar, cerré los ojos y aspiré, y por unos segundos mi cabeza tuvo una conexión con algo, un no sé qué.
Voy a moverme pensé, se me va a sentar el sol y no tengo tiempo para terraza y café. Me metí bajo el porche de Independencia y comencé a caminar dirección Plaza Aragón. Al llegar a la esquina de San Miguel algo me hizo girar y cambiar de dirección. Me quedé pegada a un escaparate, había un cartel que informaba de una conferencia; Los Hudíes y el esplendor de la taifa de Zaragoza. ¡Guau! Pensé, interesante. Rápidamente busqué fecha y lugar. Una lástima, había sido el día anterior. De nuevo miré la hora y decidí volver bajo los tilos donde era mi punto de encuentro.
Retrocedí hasta la plaza donde volví a sentir el aroma que todo lo envolvía, pero esta vez acompañado de un ligero respingo.
Por fin, a la altura del mercantil, venía ya mi amiga Gema con un grupito de seis muchachas, seis muchachas mejicanas, divinísimas, jovencísimas y que me sorprendieron por la distendida cháchara que traían y los tan en desuso besos que me dieron.
Mi amiga me lanzó su habitual saludo levantándome la mano para iniciar un abrazo. -Evita guapa.Cómo estás bonita? Y pasó a contarme el porqué de la visita, la hora, el lugar….
Estas muchachas estudiaban turismo en el POLI de DF. (Uno de los mejores sitios del mundo para estudiar turismo.) Tenían que presentar en septiembre un trabajo en equipo sobre lugares de ciudades de Europa poco conocidos, desconocidos y/o de interés e importancia para la ciudad. Y como papá puede, información primaria y vacaciones en vez de horas de ordenador e información secundaria.
Mientras Gema, que me había contratado un tour a pie por el casco, me explicaba todo esto y que la hora terrible de la visita era porque acaban de llegar al hotel y por la mañana seguían para Cuenca, las mejicanas que no dejan de serlo nunca empezaron a quejarse de calor y a pedir que en el centro de la ciudad tenía que haber mucho que contar sentadas en una terraza a la sombra.
Gema se metió las manos en los bolsillos, respiró hondo, abrió los ojos, encogió los hombros y dijo -Ea lo que ellas quieran. Nos van a pagar igual y seguro que se llevan material.
Me dio la risa y nos sentamos bajo los toldos de las terrazas de puerta Cinegia. Pidieron sus refrescos y de las mochilas salieron cuadernos y bolis mega chic made in Ale HOP aeropuerto. Momento café con hielo, y en segundos a reorganizar mis ideas a ver cómo podía centrar el tema.
Mientras tomaba el primer sorbo, recordé el cartel de la conferencia y que en Méjico conocen poca historia de España antes de Colón, que sin embargo leen en el colegio a Washington Irvin y que les encantan las mil y una noches.
Decidí centrarme en La Zaragoza Taifal de los siglos XI y XII.
Trás ubicar el lugar de la ciudad donde estábamos sentadas, una brevísima introducción de la historia de la ciudad y del Islam en España, llegamos a ese momento de esplendor en el que la dinastía Tuyibí deja paso a los Hudies.
En una servilleta les dibujé el trazado de la ciudad amurallada, les hizo gracia estar como aquel que dice en el mismo lugar. Les expliqué como la “paz” en los primeros tiempos de esta dinastía había aumentado el comercio, la cultura y nuevos pobladores habían desbordado la ciudad de tal manera que extramuros crecieron los arrabales, y que a pesar de lo endeble del material de construcción y la falta de un plan urbanístico, se habían organizado por gremios junto a las puertas de la ciudad blanca formando una especie de pequeñas ciudades satélite con su zoco y su mezquita.
Se sintieron protagonistas al saber que se alojaban en un hotel del arrabal de Alfareros y se asombraban de que no hubiera ningún resto de la época.
Ahí, intervino Gema, que les dijo qué ya que el tema de Zaragoza había derivado por lo musulmán, yo le explicaría como coger la autopista desde la Aljafería y saldrían media hora antes para parar a hacer unas fotos.
Una de ellas me preguntó cómo era un arrabal árabe de aquella época. Tras advertirle que si iba a presentar un trabajo la palabra era musulmán, y echándole un poco de imaginación charlamos durante un rato de calles estrechas y sinuosas, de llamadas a la oración, de mercados efervescentes del día a día, del rumor de las callejas, de jóvenes con el rostro cubierto o no (el islam Andalusí tenía identidad propia) portando lo que hoy llamaríamos cántaros con agua, de lugares de enseñanza… y advirtiendo también que el cine ha hecho daño a la historia.
Los cuadernos estaban para volverse locos de notas y los refrescos se habían convertido en papas bravas y crianza tinto. Se hacía tarde, y les dije.. Chicas, sabed que estáis sobre uno de esos arrabales desaparecidos, aunque realmente lo que está, es guardado bajo tierra.
En 2001 salió a la Luz, cuando el ayuntamiento quiso hacer un parking bajo el paseo Independencia. Si o si, en mi opinión, el yacimiento tenía que ser conocido. El proyecto fue polémico y se desestimó cubriéndose para consolidarlo con algo llamado Geotextil. En 2011 al preparar el trazado del tranvía el arrabal volvió a salir a la luz y decidieron levantar las obras 2 metros sobre el yacimiento.
Las reacciones de las chicas aun siendo sólo seis fueron variadas y variopintas. Y la pregunta del millón, Eva, ¿si las estructuras no han desaparecido habrá algún alma atrapada? En fin….
Satisfechas por el descubrimiento se levantaron para ir a cenar al hotel con la promesa de la foto en la Aljafería y nos despedimos.
En ese momento noté un temblorcillo bajo mis pies. ¿El tranvía? Creo que no, más bien el palpitar de Sinhaya que revivía por el interés de aquellas chicas mejicanas.
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