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La Plaza de Toros de la Misericordia, en Zaragoza, sorprende por lo inesperado. El público que la visita tiene la idea preconcebida de que esta consiste en lo que podríamos llamar según el argot taurino una “vuelta al ruedo”. Hablar de la monumental fachada, de su historia y de sus partes características, cómo la Puerta Grande pisando la arena del albero.

Sin embargo la Plaza es mucho más. Pocos conocen los tesoros que esconde este lugar. Bajo las gradas, bajo los pies de los que asisten a los festejos taurinos se encuentran unos pequeños espacios, las llamadas “cuevas” horadadas en el tendido original de la construcción del XVIII. Esa es la peculiaridad de esta Plaza, lo que la hace original y única.

La Plaza de Toros de Zaragoza podría decirse que es dos Plazas en una, ya que a la plaza original del siglo XVIII se le añadió una sobre-fachada y un perímetro exterior que dejó embutida la antigua, aquella que en el llamado campo del Toro, mandó levantar el ilustrado Ramón de Pignatelli.

La primigenia Plaza dieciochesca planteada por Julián Yarza se inauguró en octubre de 1764 dándole carácter oficial en 1765 al hacerla coincidir con la terminación de la Basílica del Pilar que fue llevada a cabo por el mismo arquitecto. Una obra que durante décadas estuvo vinculada a la próxima Casa de la Misericordia, pues con su aforo se mantenía buena parte de esta importante institución benéfica.

Entre 1916 y 1918, necesitada de una renovación, los arquitectos Miguel Ángel Navarro y Manuel Martínez de Ubago la traen al siglo XX por la utilización al interior del hormigón armado. Un elemento que además de inmediatez aporta un considerable abaratamiento de costes y la hizo pionera y un ejemplo a seguir.

Sin embargo al exterior la fachada, más bien sobre-fachada, fue planteada de una manera más retardataria. Su estilo “neo-árabe/neo-mudéjar” resulta uno de esos estilos “pastiche” decimonónicos cercano en apariencia a la mezquita de Córdoba pero que sin embargo sirvió de inspiración a otros Cosos taurinos.

Las “cuevas”  que nombramos y que se restauraron para tal fin, funcionan cómo pequeños museos y están dedicados a diversos elementos en relación a la Tauromaquia y a otras facetas de la Fiesta cómo la relación del hombre con el Toro existente desde la Antigüedad o las diversas ganaderías que ha habido en Aragón.

Fruto de variadas donaciones estas “cuevas” atesoran importantes elementos cómo numerosas fotografías de prensa taurina, vistosos trajes de luces para poder apreciar la riqueza y variedad de sus elementos y de sus bordados varios de ellos obra del gran sastre afincado en Utebo Daniel Roqueta, o carteles cómo los de Marcelino Unceta, pionero del cartelismo entendido como arte en España.

Destacable es el espacio dedicado a Nicanor Villalta, matador de Cretas, uno de los más afamados de los toreros aragoneses que participó en 1927 en la primera Corrida Goyesca datada, origen de las que luego se han ido realizando por el resto de España.

La Plaza de Toros es un lugar de encuentro de la ciudadanía de Zaragoza. Han tenido lugar en ella, concentraciones de Cofradías de Semana Santa, carreras pedestres o conciertos que van desde Mecano, Aerosmith, Alaska, Lenny Kravitz, Kiss o Miguel Bosé. Ha recibido visitas ilustres a lo largo de estos siglos desde el genio de Fuendetodos hasta monarcas, artistas cómo Ava Gadner, escritores cómo Ernest Hemingway, políticos… pues no olvidemos que también ha sido el marco para varios mítines de todo signo.

Un lugar repleto de historia e historias, por su carácter definitivo el más antiguo Coso taurino de primera categoría de España, la primera en cubrirse, tradicional por fuera, contemporánea por dentro, que quiere darse a conocer a todos los ciudadanos para valorar aparte de otras consideraciones nuestro rico patrimonio.